«Cuando la reactividad gobierna el proceso comunicativo, éste sólo puede acabar en un mar de malentendidos»
Comunicarnos tiene un lugar de suma importancia en la manera en que construimos nuestro día a día. Es algo que afecta decisivamente a nuestra vida, ya sea en el ámbito laboral o privado, así como en nuestro mundo afectivo, el ocio, la salud y un muy largo etcétera.
Ya podemos estar en posesión de un montón de virtudes que si no atendemos a nuestro modo de comunicar, mucho de nuestro capital humano, lo que somos, y lo que podemos ofrecer al mundo puede verse tristemente frustrado por una limitación en la capacidad comunicativa.

Reactividad es un concepto que tiene más de un significado. Aquí tomaremos el que nos habla de la manera en que una persona responde en forma automática cuando se relaciona con otras personas. Es decir, todas aquellas reacciones que en el proceso de comunicarnos, hablando por ejemplo, funcionan como resortes y se activan por la única acción de nuestro interlocutor.
Una manera de comunicarse con un alto contenido de respuestas automáticas tiene muchas posibilidades de convertirse en un conflicto entre los interlocutores. Estos conflictos están alimentados por diversos factores, como puede ser una incompatibilidad de intereses, o los prejuicios mutuos que pudieran existir. Aquí nos centraremos en esas intervenciones que están más automatizadas y que producen lo que solemos llamar incomunicación.
Una de las características de las respuestas reactivas es que son evidentes para el receptor del mensaje mientras que el emisor se mantiene ciego a la relación que existe entre lo que hizo y lo que causó en su interlocutor.
Cuando la reactividad gobierna el proceso comunicativo, éste sólo puede acabar en un mar de malentendidos; una conversación imprevisible que acabará en desencuentro.
Si el desencuentro se eleva, la reactividad puede llevarnos a ese punto en que “hemos dicho cosas que no queríamos decir”. Seguramente hubo varias intervenciones en que dijimos “cosas que no queríamos decir”, y sólo nos percatamos de ello cuando el tono ha subido demasiado.
Hay que tener en cuenta el correlato emocional, y saber que también “hemos emitido emociones que no queríamos emitir”.

Resumiendo ¿qué debemos de tener en cuenta sobre la reactividad?
Lo primero es ver que estamos en manos del otro si nos acomodamos a funcionar de un modo reactivo. Y que esta comodidad es un estado en el que somos más fácilmente controlables por nuestro interlocutor. También se da la posibilidad de estar siendo activados por la propia reactividad de éste.
En segundo lugar hay que tener en cuenta los dos campos en los que somos influídos. Por una parte el nivel de contenido, es decir, el mensaje en sí mismo, así como el plano emocional. Podemos decir que ambos se dan simultaneamente y no siempre mantenemos una atención necesaria y equilibrada sobre ambos. Es habitual que nos enteremos mejor de uno que de otro.

Ahora bien ¿qué hacer para librarnos de esta esclavitud?
En la ciencia médica y la tecnología en general aparecen innovaciones y avances técnicos con mucha frecuencia pero en la psicología de la personalidad y las relaciones humanas aún funcionan herramientas antiguas con gran eficacia. En este caso la atención y la auto-observación sobre el modo en que nos comunicamos obrarán como grandes remedios para mejorar la calidad de nuestras relaciones y nuestras vidas.
Hay que ver en que cebos solemos engancharnos y qué intervenciones del otro son las que nos desestabilizan. Así como observar con qué motivos típicamente nos llegamos a sentir ofendidos.
También es interesante conocer cuales son nuestros tics más provocadores para así asumir un mejor control sobre ellos. Aunque antes de asumir ese control, deberemos ser capaces de detener esos impulsos. Resumiendo, primero observar el automatismo, después conseguir detenerlo y por último regular su expresión.

Aunque la auto-observación es una herramienta antigua, podemos aumentar su potencia sirviéndonos de las nuevas tecnologías. Podemos hacerlo utilizando las aplicaciones de mensajería instantánea (whatsapp, telegram…). Éstas presentan grandes trabas a la hora de establecer una comunicación de calidad pero también muchas ventajas. Este modo de comunicarnos nos permite tomar un tiempo entre mensaje y mensaje para observarnos y hacer un ejercicio de reflexión que nos dará información muy importante. En este paréntesis, que es difícil de introducir en una conversación cara a cara, podemos hacernos las siguientes preguntas:
1º Respecto al último mensaje recibido ¿qué me provoca emocionalmente?
2º ¿Cual es la respuesta inmediata que me surge?
3º ¿Me sirve esta respuesta para lo que quiero conseguir en esta conversación?
Estas prácticas pueden ayudar a sentirnos cada vez más dueños de lo que sucede en nuestras relaciones y a tener más control en la construcción de nuestro día a día. Un afán que a buen seguro nos hará sentir más satisfechos con los demás y con nosotros mismos.
La conversación más agradable es aquella de la que no se recuerda nada con precisión, pero deja una impresión general agradable.
-Ben Jonson-